ONTOLOGÍA DE LA PALABRA: ENTRE EL DESENFRENO DEL PLACER Y EL DESGARRE DEL ESPÍRITU

Karina Rieke autora de Ontología de la Palabra
Karina Rieke autora de Ontología de la Palabra
Portada Ontología de la  palabra
Portada Ontología de la palabra

Por Franklin Gutiérrez

 

            Tengo un hábito poco convencional, y muy particular: cuando sigo el rastro a la producción de un o una poeta joven reúno sus tres primeros libros y los leo en orden de aparición, escuchando el Bolero de Ravel. Si la lectura me produce una sensación de crecimiento progresivo semejante al de esa composición del genial músico francés, entonces inscribo dicho/a poeta en la lista de aquellos vates a quienes la poesía ha visitado para quedarse en ellos.

             La lectura reciente de los tres poemarios publicados por Karina Rieke hasta este momento: Semejanza de lo eterno (2002), Mitología del instante (2009) y Ontología de la palabra (2012) me ha transportado a un universo verbal donde las palabras ganan cuerpo propio paulatinamente. Temas recurrentes en ella, como: la búsqueda exacerbada del yo, la muerte física del cuerpo, y el deshogo carnal alucinante han ido in crescendo y, simultáneamente, definiendo una lírica personal orientada a situarla entre las voces poéticas de la diáspora literaria dominicana que están gestando una identidad literaria propia.        

 

       La poesía, en la mayoría de los casos, es una radiografía del estado anímico del poeta al momento de producirla. Un espejo donde se refractan los misterios más intrínsecos del ser humano. Un acordeón donde se pliegan todas las emociones y vivencias cotidianas. Vemos, entonces, como en Semejanza de lo eterno, el estado emocional de la poeta trastorna y deshace su ansia de lujuria carnal, hasta convertirla en su propio espejismo. El poema "Lujuria del deseo" así lo revela: "Que pensará su lengua si rechaza la mía como ajena / Que pensaran mis años si mueren en cada punto del rechazo / A dónde se trasladan los ácidos jugos de mis labios que / Desaparecen en la suplica imposible del desprecio.

 

       En "Oscuro semejante", poema incluido en Semejanza de lo eterno, encontramos también un discurso sellado por la inconformidad y la desdicha. Hay en ese texto una vacilación existencial entre ser y no ser, entre poder y no querer. Percibimos, por demás, una queja taladrante motivada por la insatisfacción que siente la poeta al deambular en un espacio vacío interminable. Especialmente cuando dice: "Tu lengua angelical / No toca mi cielo"

 

            Pero ese derrotismo del amor y el sexo exhibido en muchos versos de Semejanza de lo eterno disminuye considerablemente en su segundo poemario Mitología del instante, especialmente en versos como éstos: "Quiéreme grande / que no soy carne / que se ignora a sí misma / que no soy materia indiferente"... "Quiéreme grande / que soy esa mujer / que retrocedió / una / y otra vez / logrando quebrantar la ley del mundo / para tenerte".  

 

            La vacilación de su primer poemario, Semejanza de lo eterno, se trueca por un tono más esperanzador en Mitología del instante, y ya en Ontología de la palabra se desplaza libre, airoso y triunfante: "Abarcaré ese litoral de tu ser / y me sentirás por vez primera / quizás como Dios ha de sentirme / real como la invención del tiempo / autentica como la realidad / de este nuestro único momento".

 

            Ontología de la palabra es una obra que oscila entre el desenfreno del placer y el desgarre del espíritu. El hombre y la mujer común generalmente satisfacen sus deseos carnales y ahogan sus pasiones en una cama, porque en ese espacio físico y provocador los amantes encuentran el escenario propicio para el desahogo pleno de sus exorcismos sensuales, sin obstáculos algunos y sin testigos que delaten los desafueros de sus desbordes sexuales.

 

            Pero para los poetas la batalla carnal de los cuerpos, que culmina en el goce sexual, es distinta y adquiere otra dimensión. El poeta, como oficiante de la palabra escrita, expresa múltiples sensaciones que transmite a sus lectores sin inhibición alguna. Estos versos de Ontología de la palabra así lo testifican: "Siento la cama apretar mi espalda / y es ahí cuando aceleras tus manos / para percibir los quejidos que / trepan las paredes".

 

            A seguidas la amante protagonista de esos versos, en completo lance corpóreo, siente que un torrente de esperma entrelaza sus ganas y abraza su humedad, hasta mojarle todo el cuerpo y llevarla a la plenitud del placer. Esa pasión ilimitada, carente de manifestaciones grotescas, abunda en la mayoría de los textos de Ontología de la palabra, obra en la que el erotismo aflora reiteradamente.

 

            La autodefinición, expresada como reafirmación de un yo altisonante, es un aspecto ponderable de Ontología de la palabra, del que también emana un aliento poético asociado al erotismo: "Desde mis rincones / soy la Eva que convida las manzanas / ofreciendo saborear mi eternidad". ... "Soy la encarnación latente / del tiempo anónimo / que renace en cada susurro / de dulzura".

 

            La poeta actúa sigilosamente para impedir que cualquier acción extraña altere la savia que fortalece su pasión, por eso crea un escenario lúdico trascendente donde el disfrute corporal transite libremente, sin desasosiego. "Soy la excitación / que inventa mitologías / que se acrecienta en los espejos / y por un momento crezco en mis orillas / para gozarme / para saborear la calidez / de mis huesos muy adentro".  

 

            Hay dos versos sobrecogedores en el poema "Golpe de cristales" con los que a cualquier amante, por frígido que sea, debe incendiársele la libido instantáneamente: "mi madreselva se mantiene tibia / virgen / a la espera de tu lengua vaga" ¿Quien resistiría propuesta como esa?  


            Sin embargo, en Ontología de la palabra el deseo carnal y el erotismo lujurioso no son más que la coraza donde la poeta oculta el desgarre total de su espíritu. En la mayoría de los textos encontramos sedimentos de un pasado torturante que mutila sus ganas de aspirar a un presente provechoso. "Vivo de un recuerdo / donde habita el olvido / donde el deseo no existe". Esa evocación a un pasado diluido por el mismo pesimismo que lo provoca, es un enigma de compleja solución.

 

       El poema "Al otro lado de los cristales" contiene un dejo romántico donde el yo emisor está atrapado en un túnel inmenso, cerrado y lúgubre, donde no hay ninguna posibilidad de escape, donde la voz parece consumírsele. "Mi ser busca asilo en mi silencio / con la niebla y el umbral de mis abismos".    

 

       La desesperanza aniquila su anhelo de retornar al pasado luminoso que selló sus triunfos y aplastó sus derrotas anteriores. De ahí que sienta la lozanía y rigidez de su cuerpo esfumarse en las tinieblas: "Mañana es tarde para regresar / apenas queda tiempo para colocarse / en el sitio de los espacios vacíos / donde viajo suspendida / entre mi aliento / entre los ojos cerrados / que iluminan la huella de mi cuerpo".        

 

       Al estar diseminado por toda la obra, el fracaso asedia constantemente su voz lírica alimentando gradualmente su deseo de desaparecer físicamente del mundo terrenal, su deseo de morir físicamente. Pero como a veces los poetas logran escapárseles a sus demonios, evitando con ello que éstos los persiguen hasta sumergirlos en tragedias irascibles, la poeta de Ontología de la palabra se guarece en estos versos para evadir la muerte: "Cubro tus ojos / para borrar la mirada / que me ve siempre con rabia / y por un momento existo / en esa extraña manera / por despedazar mi alma / por morir". Ese temor al fracaso también la fuerza a sentir que su voz y sus palabras las destruyen la muerte: "Hasta mi palabra muere / sin ser leyenda".      

    

       Lo alentador es que en ese deseo de morir no hay exacerbación. Tampoco predomina un estado tanatofóbico profundo que contribuya a su cristalización, pues la muerte en Ontología de la palabra es un ungüento para aliviar el estado anímico y los tormentos del espíritu que abaten a cualquier ser humano. No es casual, entonces, que la poeta haya dejado para el final del libro estos versos: "Soy puente inconcluso / dentro de este mundo". En fin, la vida, aún con sus grandes dificultades, desazones y conflictos, continúa y ella está presente en las páginas, asida a las palabras, para seguir protagonizando algunos de sus episodios.  

      

       Lo dicho hasta ahora en estas cuartillas no tiene relación alguna con la calidad literaria de Ontología de la palabra, sino más bien con la temática de la misma y con el escenario donde la poeta para manifiesta sus emociones interiores, sus angustias incontenibles y el desenfreno de sus pasiones, a veces desfallecientes y tortuosas. Porque cuanto a la obra en sí, Ontología de la palabra es un poemario bien estructurado, con una disposición textual bastante equilibrada y una expresión verbal elocuente y exenta de ambages. En Ontología de la palabra Karina Rieke exhibe un discurso lírico in crescendo, sostenido por una voz alimentada por múltiples imágenes literarias que lo solidifican y encumbran. De ahí mi alusión inicial al Bolero de Ravel. Recibamos, pues, esta obra con euforia y danzando una intensa melodía, similar a la que la poeta nos brinda en ese manojo de versos refrescantes.  

 

 

 

 

 

Escribir comentario

Comentarios: 0