TE QUIERO VIVO, JUAN PABLO-PATRIA

EN PLURAL

 

Por: Yvelisse Prats Ramírez de Pérez


El pasado 26 de enero pensé en Duarte, como debemos hacer todos los dominicanos.

 

En el recuerdo de gratitud y de respeto, se cuelan, sin embargo dudas, dolor, un rubor de vergüenza.

 

¿Qué hicimos, qué estamos haciendo con la Republica que tú fundaste, Juan Pablo-Patria?

 

¿Quiénes, entre los que te elogian en tu onomástico, te conocen a fondo, y se esfuerzan por escucharte, a través del tiempo, y de obedecer tus ejemplares mandatos?

 

No soy historiadora, ni falta que hace. Basta haber estudiado de niña en el Colegio Santa Teresita, oasis de libertades y búsquedas científicas dentro de la oscura cerrazón del Trujillato, y luego, adolescente, oír a las hermanas Montás, a Doña Carmita Henríquez trasmitiendo la veneración duartiana que heredaron a Salomé Ureña y de don Federico Henríquez.

 

Así te conocí, Juan Pablo-Paradigma, te abracé en tu llegada de Europa con tus descubrimientos fascinados, interpelando a amigos, familiares, con razones ordenadas pulcramente como silogismo inobjetable: “si los españoles tienen su monarquía española, y Francia la suya francesa, hasta los haitianos han constituido su República Haitiana. ¿Por qué han de estar los dominicanos sometidos ya a España, a la Francia, ya a los mismos haitianos sin pensar en constituirnos como los demás”?

 

Te acompañé, medrosa pero convencida, en tus visitas a los jóvenes amigos: me sentí convocada junto a ellos a las clases de historia, de filosofía, de cívica, en tu casona familiar, a la que en estos días se le pone un poco de maquillaje, sin mucha convicción lo mismo que a tu figura, como graficó magistralmente un caricaturista. Me diste para siempre, la decisión de liberar mi país, de toda dominación extranjera, como repetimos en la guerra de abril, con Caamaño y con Peña.

 

En el cuerpo de mi antepasada Concha Bona, conversé contigo mientras se cosía sobre la haitiana bandera rojiazul, la cruz blanca de la redención. Y marché contigo al destierro, y contigo retorné en 1865 para defender, otra vez, la Independencia de nuestro país.

 

Leo y releo tu ideario, Juan Pablo –Sacrificio. Desgrano palabras sonoras propias de la época, las decodifico en mensajes del alma. Aprendí a ser dominicana, más que con la mente, con el corazón.

 

Esa dominicanidad que tú me inculcaste, la siento ahora debilitada, falta de fe en el porvenir. El desvaído programa apretujado en días cortos, para celebrar tu Bicentenario, demuestra esa debilidad.

 

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