LLÉVENOS CON ELLOS, SANTO PADRE

EN PLURAL

 

Yvelisse Prats Ramírez de Pérez


La noticia me impactó como al resto de los millones de católicos del continente. ¡Habemus Papam, es latinoamericano!

 

Aunque se barajaba la posibilidad de que el elegido fuera uno de los nuestros, cierta dependencia, sesgo colonizado que subsiste murmuraba sus dudas. “Será un italiano, lo más posible”.

 

El apellido de Jorge Mario Bergoglio complació en cierto modo el augurio; pero aunque descendiente directo de inmigrantes italianos, como tantos otras familias en el Cono Sur, el nuevo Santo Padre es genuinamente argentino. Es más, porteño, en su acento, en su “pasión” por el futbol, en su admiración por Jorge Luis Borges a quien leía y releía continuamente y al que ahora sus labores intensas como pastor “urbi et orbe” no le permitirán frecuentar.

 

Además de ser el primer papa latinoamericano, su Santidad Francisco presenta en la historia del papado una novedad que marca un punto de inflexión anunciando un nuevo tiempo en nuestra iglesia, dejando atrás escozores históricos. Al ser el nuevo papa Jesuita, el primer sacerdote de esa Orden que sostuvo tantos conflictos con el Vaticano durante siglos, su llegada se percibe como un signo que proclama una unidad saludable que se consolida.

 

Los discípulos de San Ignacio de Loyola y la Santa Sede, se consustancian en la figura del Santo Padre, fortaleciendo un consenso doctrinario y un acompañamiento en la práctica que le vienen bien a nuestro catolicismo en estos días.

 

Un Jesuita en el trono de Pedro, aporta a la iglesia las competencias, las actitudes, la disciplina y ardor, la combatividad sin fisuras que han sido herramientas de la Orden en las múltiples bregas que ha librado.

 

Por los datos biográficos que se van asomando en los medios de comunicación, vamos formando un perfil de la personalidad, antes no publicitada del Sumo Pontífice.

 

Es frugal y sencillo; qué bueno, exhibir ostentación y gulas frente a los desposeídos es una bofetada a Jesús. Consecuente con los votos jesuitas, y con sus propias inclinaciones, habitó siendo cabeza de la Iglesia argentina en un modestísimo apartamento.

 

Se desplazaba sin aspavientos ni fanfarrias a los ghettos de la miseria urbana, en la práctica de la Opción Preferencial por los Pobres que en Puebla II rescató la médula del Sermón de la Montaña.

 

Para visitar barrios bonaerenses, usaba como un ciudadano más, el trasporte público. Como si fuera un cura de pequeña parroquia, confesaba en la Catedral con pulcritud y paciencia a sus feligreses. A Roma llegó estrenando zapatos que le regalaron antes de viajar porque los que tenía estaban muy gastados, en clase turística, como dicen que siempre lo hace. Lo vimos asomarse a la ventana mítica revestido de la investidura de Pedro, con aire un poco tímido, como si pidiera permiso. Ya luego inclinó su cabeza y pidió una oración por Benedicto XVI y otra por él mismo.

 

¡Entonces sonrió, cercano, amigo, para desear “bona sera” a los fieles reunidos!

 

Como la historia, como la cultura y como todo lo que hacemos los seres humanos, nuestra Iglesia Católica ha atravesado por diferentes estadios, han construido en Concilios y Encíclicas un monumento que, como todo edificio, requiere de tiempo en tiempo remozamiento, restauraciones, cambio.

 

Hablo de nuevas tácticas, estratégicas, incluso estratagemas, manteniendo invariables las metas de salvación y redención del Evangelio. Las cartas de rutas sí serán distintas, de acuerdo al océano proceloso o pacifico que atraviesa, moviendo el timón sin arriar nunca la bandera del mástil.

 

Así como la Encíclica Rerum Novarum cinceló en nuestra Iglesia el rostro humano que el Padre asumió en el Hijo, una puede esperar que la elección del papa Francisco, latinoamericano, jesuíta, austero, severo en las condenas morales, reacio a la exhibición, presente en los callejones y conventillos míseros de su “Buenos Aires querido”, sea un golpe de timón de la Iglesia hacia la luminosa Opción Preferencial por los Pobres.

 

El papa Francisco la ha practicado, la ha vivido como sacerdote y como obispo. Su elección puede considerarse una interpelación que se hace la propia Iglesia, sobre todo a sus visiones eurocéntricas, descubriendo y exaltando en nuestro nuevo Pontífice los aportes de América Latina a un modo diferente de vivir la fe: las comunidades de base, “buscando a Dios en las calles y no solo en la Curia”, como el obispo Casáldiga, “para no separar el sacerdocio del altar del sacramento del pobre”.

 

Jorge Cela, jesuíta estupendo que convivió con nosotros muchos años, haciendo aportes extraordinarios en la investigación y el trabajo social, nos decía: “a veces, es difícil oír a los pobres. Miles de ruidos ahogan su voz. Hay que acercarse mucho a ellos”.

 

El papa Francisco, que ha vivido entre los pobres toda su vida apostólica, puede enseñarnos cómo hacerlo. Santo Padre, condúzcanos.

 

yvepra@hotmail.com

 

 

 

Escribir comentario

Comentarios: 0