MI PRIMER CONTACTO CON LA OBRA HOSTOSIANA

Por: Miguel Collado 

Es curioso —y quizá contradictorio—, pero comencé a enseñar a Hostos antes de conocerlo a profundidad. Recuerdo que era yo muy joven, apenas tenía 22 años de edad, cuando era profesor de «Moral y Cívica» en el Colegio María Trinidad Sánchez, en la calle La Altagracia, del Sector San Carlos, en la ciudad de Santo Domingo. Mis clases iban dirigidas a estudiantes de los cursos sexto, séptimo y octavo. Todavía conservo en mi biblioteca personal el ejemplar de «Moral social», de Eugenio María de Hostos, que me sirvió de apoyo como material didáctico. Fue editado por la Editorial Universitaria de Buenos Aires en 1968.

 

No era yo un estudioso ni un investigador de nada en esa época, sino un idealista y moralista que se tomaba muy en serio eso de ser educador, razón por la que —contrario a los deseos de mi madre, quien anhelaba que yo estudiara Finanzas— había decidido estudiar la carrera de Pedagogía: en 1974 había ingresado a la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

 

Era el año de 1976 y yo vivía en el sector de Villa Francisca, casi haciendo frontera con San Carlos, sector de la ciudad intramuros de Santo Domingo en el que vivió el insigne apóstol antillano en 1884. En San Carlos Hostos era vecino y amigo de Máximo Gómez por esa época.

 

Debería volverse a enseñar dicha asignatura en los centros educativos públicos y privados de República Dominicana y debería reintroducirse en esos planteles el pensamiento moralista y civilista del padre de la educación dominicana. Fue Hostos, quien, en 1902, introdujo el canto en el sistema de enseñanza de la República Dominicana como modo de contribuir con el desarrollo espiritual de niños y adolescentes.

 

Zona de los archivos adjuntos

Adjunto:Imagen de la puesta en circulaciób del libro Tributo a Hostos de Miguel Collado.


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