Trump y Biden: una derrota al desequilibrio político

Por RAFAEL NINO FÉLIZ

 

La derrota de Trump es la caída política y mercadológica de un producto universal de la posverdad y las fake news, basado en la comunicación y la propaganda políticas.   

 

La derrota de Donald Trump frente a Joe Biden es el fin de una época de propaganda política desde el gobierno y –fundamentalmente- dirigida por la Presidencia de los Estados Unidos, para consumo de un sector político poderoso de esa nación, pero que es minoría entre los estadounidenses y también minoría en todos los países del mundo, quizás, por razones obvias, con alguna excepción.

 

La derrota de Trump es la caída política y mercadológica de un producto universal de la posverdad y las fake news, basado en la comunicación y la propaganda políticas. Los elementos genotípicos y fenotípicos de la figura de Trump constituyeron ingredientes ideales, y casi únicos, para que un hombre de su origen social se convirtiera en la más perfecta maquinaria de publicidad política del mundo, dirigida a las aspiraciones ideológicas del sector más ultraconservador de los Estados Unidos.

 

En los Estados Unidos ni en el mundo hay duda sobre la victoria de Joe Biden; por el contrario, la población estadounidense, y del resto de los países, está camino a la asunción del hecho de que ya el candidato demócrata es el próximo presidente de esa nación. Mientras esto ocurre, crece la incertidumbre sobre el presente y futuro de Trump. Habiendo perdido las elecciones, el actual presidente y candidato de la poderosa nación va camino hacia un futuro incierto.

 

Muchos son los retos que le aguardan a los Estados Unidos en el futuro inmediato y mediato. Lo primero es recomponer o recuperar, de manera gradual, la normalidad política, económica y social de la sociedad, dividida racial y culturalmente durante la campaña electoral. En segundo lugar, darse a la larga tarea de iniciar una acción política que posibilite producir la confianza perdida para lograr la unidad nacional en una sociedad en plena crisis sistémica, histórica y pandémica, generada por su propio modelo.

El comportamiento de Donald Trump no conducía a ningún otro camino diferente al que lo ha conducido la presente crisis. En su primera campaña se caracterizó por su crítica despiadada contra las mujeres, incluyendo su contrincante Hillary Clinton, y también contra el propio presidente del país, Barack Obama. Trump se ha mostrado siempre irreverente.

 

Y no queremos sumarle las acusaciones de abuso sexual contra muchas mujeres indefensas. El penoso espectáculo de los niños de padres inmigrantes que fueron separados del calor de sus progenitores. La frontera entre México y los Estados Unidos fue un solo espanto de dolor. El tiroteo contra la embajada de Cuba en Washington, sin que el presidente de la nación dijera una sola palabra, fue un hecho nunca visto en la historia de país alguno. La asfixia y posteriormente el asesinato del afroamericano George Floyd, bajo la actitud de silencio y desprecio por la vida de parte del mandatario Trump, de esa nación norteamericana, también es un hecho insólito. Éstos son unos pocos casos de una larga conducta impropia de un presidente de un país civilizado.

 

Recuerdo una de las lecturas de mis años de adolescente, que decía: "... el mundo ha sido, es y será de los hombres moderados". Debo agregar, hoy, y de las mujeres moderadas. En el trajín de la campaña en la que activamente participé, junto a un extraordinario equipo de hombres y mujeres, en el que debo incluir -por justicia- a mi familia, fui prudente y moderado al tratar algunos temas. Uno de ellos, publicado también en Acento, con el título El hombre y la mujer de Estado, aludía al estilo del hoy presidente Donald Trump; sin embargo, la prudencia debía imponerse. Cito:

 

"Todo gobierno está cercado por múltiples circunstancias en las que la economía y la política constituyen los elementos fundamentales para el éxito o el fracaso. El manejo de esos dos factores, ambos de común mención o referencia en los medios de comunicación en la vida diaria del diálogo popular y cotidiano, es altamente complejo y delicado por las implicaciones intrínsecas que ambos factores tienen. Economía y política no sólo deben producir bienestar para los seres humanos de una nación, sino que deben producir equilibrio para la estabilidad social".

Y más adelante agregué:

 

"Los negocios, en su existencia, tienen vocación a la quiebra; el verso, a la fuga; la política y la economía tienen, misteriosamente, vocación a la crisis. Todo gobierno habrá de manejarse, al conducir los asuntos de Estado, tomando decisiones equilibradas y pertinentes para evitar afectación en la vida económica y política de sus respectivas naciones. Tan inherentes son las crisis en los sistemas políticos, que no importa el tamaño ni el poderío de la nación. Se puede saltar del poder por una determinada crisis desde una pequeña isla de un continente cualquiera hasta la potencia más grande del mundo".

 

Al terminar el artículo, expresé:

 

"El Watergate se llevó a Nixon amortajado en su propio funeral sin que él advirtiera rápidamente en unos segundos el tamaño de la tragedia que lo sepultaba para siempre. ¿A qué distancia estamos del próximo abismo? Nadie lo sabe. ¡Sólo Dios!"

 

El estado de Pensilvania constituyó el último refugio del combate y el presidente Trump no pudo romper el cerco mortal de su propia tragedia en la guerra política y electoral sin cuartel. Su voz de dominio se apagó como un cigarro bajo la lluvia y la tempestad, mientras Joe Biden conservaba el equilibrio de hombre de Estado, declarando su victoria en el Centro de Convenciones de Wilmington.

 

La mayoría de los estadounidenses apostaron en las pasadas elecciones al equilibrio y a la moderación.

 

 

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